Por Delfina Sena
Delfina inaugura su propio blog en https://dibujadodepintura.wordpress.com del que compartimos la primera entrada
Empiezo esta aventura con una obra de Velázquez, pintada hacia 1659, en el contexto de la redecoración del Alcázar de Madrid.
En efecto, Madrid tenía un Alcázar, que por desgracia se destruyó en un incendio en 1734. De hecho, en dicho incendio el patrimonio cultural español perdió también gran número de obras.
En todo caso, se incluye esta obra en una serie de 4 cuadros que se pintaron para poner sobre las puertas, o “entreventanas” del Salón de los Espejos.
Como nos recuerda Javier Portús, conservador del Museo del Prado
“La decoración pictórica del Salón de los Espejos se caracterizaba por su altísima calidad, el predominio de obras de los venecianos y de Rubens, Ribera y Velázquez, y su heterogeneidad temática.
En él se solapaba un discurso iconográfico y otro estético (…) y que hacía que las obras de arte sumaran a su contenido narrativo una serie de valores relacionados con el prestigio social.”
¿Qué quiere decir con esto Javier Portús?
Lo primero que hay que saber es que, siendo en el pasado una obra de arte un medio de comunicación, las imágenes tenían que hablar por sí solas. Es decir, un cuadro, escultura o fresco, no sólo eran apreciados por sus cualidades técnicas, sino que, también, transmitían un mensaje. A saber:
Que comedura de cabeza tenía que ser hacer un cuadro de estos… te preguntarás ¿Por qué digo esto?
El pintor no debía únicamente tener en mente la historia que iba a representar, sino también, de qué manera lo iba a hacer.
Imagínate frente a un lienzo blanco, y teniendo que representar de manera alegórica el debate de investidura 2016…
Velázquez (Sevilla 1599 – Madrid 1660), nos deja un testimonio de su habilidad por la construcción narrativa. Como en toda narración, en un cuadro que cuenta una historia, también hay que construir el relato. Es esencial, sino ¿cómo entenderíamos lo que pasa en el cuadro?
El sevillano consigue en este formato apaisado concentrar toda la trama narrativa. Para entenderla, sólo hay que MIRAR qué pasa, qué es lo que está representado.
En este caso, vemos a un hombre a la derecha dormido, es Argos. Se le acerca sigilosamente otro hombre, que reconocemos gracias a su sombrero alado y al instrumento musical que tiene cerca de su mano izquierda, es Mercurio. El animal que vemos en segundo plano es en realidad la ninfa Io, a quien Juno (la esposa de Jupiter) transformó en vaca para que su marido no la persiguiese más. Argos tenía la orden de vigilarla, pero Jupiter al saber la estratagema de su mujer, mandó a Mercurio a que durmiese a Argos para poder llevarse a Io. Te invito de todas formas a que eches un vistazo a la pagina del Museo del Prado, donde te explican detalladamente la obra.
El trabajo de Velázquez me emociona particularmente en esta obra por la manera en la que trata el color. En este momento de su vida y carrera, vemos a un pintor que ha llegado al punto mas álgido de su trayectoria.
Aprendí que Velázquez tuvo una lucha interna con la pintura. En efecto, tal y como afirma Guillaume Kientz, conservador de la pintura española del museo del Louvre, el autor mantuvo un diálogo con la pintura. Es más, se sirvió de ella para subir en la escala social de su época, hasta llegar a ser, en 1652, Aposentador de Palacio; puesto que pocos pintores habían ocupado hasta entonces. Pero sobre todo ese diálogo, fue también una lucha para apoderarse de la pintura. Y es precisamente esto lo que vemos en este cuadro.
Velázquez termina por dominar el color, se apodera de él de tal manera que expresa vida, movimiento a través de éste. Ya no hay presencia alguna de bordes. La pincelada fugaz, libre, llena de fuerza (que caracteriza también la obra del maestro sevillano) se combina al color y da como resultado esa linea tangible, frágil entre las formas.
En efecto, Madrid tenía un Alcázar, que por desgracia se destruyó en un incendio en 1734. De hecho, en dicho incendio el patrimonio cultural español perdió también gran número de obras.
En todo caso, se incluye esta obra en una serie de 4 cuadros que se pintaron para poner sobre las puertas, o “entreventanas” del Salón de los Espejos.
Como nos recuerda Javier Portús, conservador del Museo del Prado
“La decoración pictórica del Salón de los Espejos se caracterizaba por su altísima calidad, el predominio de obras de los venecianos y de Rubens, Ribera y Velázquez, y su heterogeneidad temática.
En él se solapaba un discurso iconográfico y otro estético (…) y que hacía que las obras de arte sumaran a su contenido narrativo una serie de valores relacionados con el prestigio social.”
¿Qué quiere decir con esto Javier Portús?
Lo primero que hay que saber es que, siendo en el pasado una obra de arte un medio de comunicación, las imágenes tenían que hablar por sí solas. Es decir, un cuadro, escultura o fresco, no sólo eran apreciados por sus cualidades técnicas, sino que, también, transmitían un mensaje. A saber:
- una historia contemporánea: una batalla, una rendición, una boda, un nacimiento…
- una historia religiosa: basándose en el antiguo o nuevo testamento (escribiré otro post tratando más detalladamente esta cuestión, ¡Será apasionante así que te invito a que estés atento!).
- un mito: y sí, en el pasado se leían las Metamorfosis de Ovidio, la Odisea, LaIliada… esos cuentos que conocemos de oídas (o por Disney… Cf.: Hercules).
Que comedura de cabeza tenía que ser hacer un cuadro de estos… te preguntarás ¿Por qué digo esto?
El pintor no debía únicamente tener en mente la historia que iba a representar, sino también, de qué manera lo iba a hacer.
Imagínate frente a un lienzo blanco, y teniendo que representar de manera alegórica el debate de investidura 2016…
Velázquez (Sevilla 1599 – Madrid 1660), nos deja un testimonio de su habilidad por la construcción narrativa. Como en toda narración, en un cuadro que cuenta una historia, también hay que construir el relato. Es esencial, sino ¿cómo entenderíamos lo que pasa en el cuadro?
El sevillano consigue en este formato apaisado concentrar toda la trama narrativa. Para entenderla, sólo hay que MIRAR qué pasa, qué es lo que está representado.
En este caso, vemos a un hombre a la derecha dormido, es Argos. Se le acerca sigilosamente otro hombre, que reconocemos gracias a su sombrero alado y al instrumento musical que tiene cerca de su mano izquierda, es Mercurio. El animal que vemos en segundo plano es en realidad la ninfa Io, a quien Juno (la esposa de Jupiter) transformó en vaca para que su marido no la persiguiese más. Argos tenía la orden de vigilarla, pero Jupiter al saber la estratagema de su mujer, mandó a Mercurio a que durmiese a Argos para poder llevarse a Io. Te invito de todas formas a que eches un vistazo a la pagina del Museo del Prado, donde te explican detalladamente la obra.
El trabajo de Velázquez me emociona particularmente en esta obra por la manera en la que trata el color. En este momento de su vida y carrera, vemos a un pintor que ha llegado al punto mas álgido de su trayectoria.
Aprendí que Velázquez tuvo una lucha interna con la pintura. En efecto, tal y como afirma Guillaume Kientz, conservador de la pintura española del museo del Louvre, el autor mantuvo un diálogo con la pintura. Es más, se sirvió de ella para subir en la escala social de su época, hasta llegar a ser, en 1652, Aposentador de Palacio; puesto que pocos pintores habían ocupado hasta entonces. Pero sobre todo ese diálogo, fue también una lucha para apoderarse de la pintura. Y es precisamente esto lo que vemos en este cuadro.
Velázquez termina por dominar el color, se apodera de él de tal manera que expresa vida, movimiento a través de éste. Ya no hay presencia alguna de bordes. La pincelada fugaz, libre, llena de fuerza (que caracteriza también la obra del maestro sevillano) se combina al color y da como resultado esa linea tangible, frágil entre las formas.